Había una vez un reino muy lejano donde, de pronto, comenzaron a abundar las violaciones y crímenes sexuales: Chantajes, coacciones y, en suma, violencia pura y dura, eran la forma en que los hombres se comportaban con las mujeres y, también, aunque menos, las mujeres con los hombres.
Esto se hizo tan frecuente que puede decirse que se institucionalizó, se convirtió en una institución. Informal, sin duda, como las costumbres y las tradiciones y, por ello, más difícil de combatir y desarraigar que aquellas que tan sólo se asientan en la ley.
Ante tal situación, un día se reunieron los sabios más sabios del reino. La reunión fue agitada y pronto se formaron 2 bandos.
A la izquierda, unos decían "el instinto sexual es la causa de estos terribles males, hay que desaparecerlo y sustituirlo por la procreación científica".
A la derecha, otros decían "el instinto sexual es natural y no puede ser destruido. Sería una terrible equivocación".
Y, después de un rato, agregaban: "¿Cuáles "terribles males"? Está todo bien. ¿Para qué nos hemos reunido aquí? ¿De qué estamos discutiendo?"
Así, unos decían "hay que eliminar el instinto originario causa del problema", sin reparar en que ese instinto originario no puede ser destruido y que un intento en ese sentido puede traer problemas, por lo menos, iguales a los originales. De hecho, alguna vez se intentó y fue terrible. Casi desapareció la población del reino.
Los otros sabían esto y, a continuación, estos ilustres sabios declaraban que, por lo tanto (como un as de la manga sacaban esta conclusión), el problema no existía.
Y así se la pasaron discutiendo, como aquellos ciegos que tocaban un elefante. Sólo que existe la sospecha, según algunos cronistas, de que algunos de los sabios de este cuento eran ciegos interesados, que no querían ver.
Tarea para la casa: ¿Y qué se debió haber dicho?