Más
de una vez me he preguntado si, al abordar este tema, estoy poniendo
el dedo en una importante llaga o si, por el contrario, estoy
formulando una gran banalidad. ¿No estoy, después de todo,
señalando una perogrullada? Y, sin embargo, la economía se compone,
en un altísimo porcentaje, de puras perogrulladas. En realidad, todo
el mundo sabe que no es de "la benevolencia del panadero"
de donde debemos esperar el pan sino de su propio interés pues gana
su pan proporcionándonos el nuestro (¡y cómo a ningún economista
liberal se le ocurrió decir que, en el libre mercado, se cumplen las
aspiraciones de San Francisco de Asís ya que "es dando que se
recibe"!). Sin haber escuchado una palabra acerca de la
"utilidad marginal", mucha gente sabe que "nadie sabe
lo que tiene hasta que lo pierde" o que "la mejor acera
siempre es la de enfrente". No quiero decir con esto que la
economía sea una bobada o, mejor dicho, que toda
la economía lo sea. No es tan atrevida mi ignorancia y además, como
señaló Orwell, muchas veces los mejores libros son los que nos
dicen lo que ya sabemos.
Es
importante, sin embargo, mostrar las insuficiencias de esa visión
esquemática de las relaciones económicas y sociales que nos
proporciona el liberalismo (o la economía clásica, como, a veces,
también se dice). En una especie de realidad de videojuego, patrón
y asalariado se encuentran e intercambian y todos felices. No es así
la cosa. Las relaciones económicas son relaciones humanas. Los
sentimientos involucrados son importantes y, como ya dije, padecen
una terrible ceguera ("tienen ojos y no ven") los
economistas y jurisconsultos que encuentren irreprochable una
relación en la cual uno de los involucrados siente que le han hecho
trampa, que ha sido timado y vejado y que, finalmente, se le está
robando
la vida
mientras, en los labios del otro, se dibuja la detestable sonrisita
del bribón. "El hombre nace libre y por doquier se encuentra
encadenado". Ya no estamos en tiempos de Rousseau. "El
hombre nace inocente y por doquier es engañado", se le estafa,
se le miente, se le usa y se le tira a la basura. No es de extrañarse
que, finalmente, alguna vez patee el tablero. Un juego así es un
juego violento y tramposo desde la partida. Pero hoy, como ayer, las
grandes preguntas son: ¿Por qué es así?, ¿siempre es así? y ¿cómo
puede ser de otro modo?
¿Por
qué?
El
por qué no es difícil de descubrir. Nos lo proporciona ese inmenso
baúl de perogrulladas al que ya nos referimos y que se llama
economía. Son, principalmente, 2 factores:
1)
El principio
hedonístico:
Es decir, la pauta de conducta por la que todo individuo, en tanto
individuo vulgar y en tanto agente económico, procura obtener el
mayor grado de satisfacción con el menor esfuerzo posible. Esto, que
es una gran verdad en general, lo es aún más en el mercado, donde
cada comprador busca obtener la mayor cantidad posible de mercancía
por el precio más bajo que pueda conseguir. Llevado al lógico
extremo, todo hombre, por lo menos mientras se comporte como homo
oeconomicus,
quiere obtener
el mundo gratis.
Un patrón es un comprador de trabajo y, por lo tanto, como todo
comprador, querrá obtener el
máximo por el mínimo.
El máximo será todo lo que pueda dar de sí un hombre (o, por lo
menos, todo lo que pueda dar hasta el punto en que sea rentable para
el comprador) y el mínimo será, obviamente, lo indispensable para
mantener a ese mismo hombre vivo y productivo. Por lo tanto, siempre
que se comporte como un hombre de negocios sagaz, todo patrón
tenderá a comportarse como un miserable -por no decir como un
criminal- y como un enemigo del trabajador. Decir que son socios y
que son interdependientes no cambia nada la situación pues también
lo eran Heatcliff y Hyndley en Cumbres
Borrascosas
y ya se sabe cómo terminó aquello. "Para vivir como
propietario es necesario apoderarse del trabajo de otro, es preciso
matar
al trabajador. La propiedad es la gran madre de nuestras miserias y
nuestros crímenes; la propiedad, devoradora y antropófaga..."
(Proudhon. Carta
al señor Blanqui).
Sólo lo detendrán en el camino del crimen las leyes del Estado o
las del mercado, cuando las haya o cuando se apliquen, pues su propia
conciencia difícilmente lo hará. Un buen tipo no podrá seguir
siéndolo si no quiere verse arruinado. (1)
2)
Lo que podemos llamar la revancha
de Malthus o, en lenguaje marxista, la tesis del Ejército Industrial de Reserva:
El reverendo Malthus, como todo el mundo sabe, sostenía que la
población crece más rápido que la producción y que, por lo tanto,
siempre habrá una franja importante de gente condenada al hambre y a
la miseria. La "revancha" consistiría en un fenómeno no
idéntico pero similar: Cada año, cada mes, cada semana y cada día
se incorporan al mercado laboral nuevos trabajadores que "no le
tienen miedo al trabajo" y que "están dispuestos a
trabajar en lo que sea". Aumenta la competencia entre
trabajadores, de modo que "si no estás contento, puedes
marcharte, hay muchos esperando ahí afuera". Este factor
empujará los salarios hacia abajo y permitirá que ese principio
hedonístico se salga con la suya.
Y
no es de extrañarse que sea así pues el capitalismo no es sino la
extensión de las normas del comercio primero a todas las relaciones
económicas y, progresivamente, a todas las relaciones humanas. "...
Y no dejó en pie otro vínculo entre los hombres que el del frío
interés, el cálculo egoista, el dinero contante y sonante que no
tiene entrañas..." (Marx y Engels. Manifiesto
del Partido Comunista).
En el comercio la norma es "compra barato y vende caro". Es
el principio hedonístico campando por sus respetos con más fuerza
que ningún otro ámbito. Será, tal vez, por ello, que el Jesús de
los evangelios expulsó a los mercaderes del templo y equiparó el
comercio con el robo. No habló de "usura" ni de beneficio
"excesivo". Expulsó a los vendedores y los acusó de haber
"convertido la casa de su padre en una cueva de ladrones".
¿Siempre
es así?
Ha
llegado el momento, sin embargo, de detenernos un instante y hacer un
pequeño giro a la derecha. En la anterior entrega de este trabajo
dije que la crítica del capitalismo es más difícil que la del
esclavismo o el feudalismo pues, en estos sistemas, existe una
coacción directa, brutal y descarada y en el capitalismo no, pues
los intercambios no necesariamente ni por definición son de este
tipo, ni siquiera en el mercado laboral -salvo que definamos
"capitalismo" precisamente como "el sistema de la
extorsión sutil" (tal vez hubiera que llamarlo "jacobismo")
e inventemos otro término para una hipotética economía de mercado
con intercambios predominantemente justos (2). En el mundo
capitalista, el agente económico puede tener las intenciones
de un depredador pero en la economía, al contrario que en la moral,
"la intención no es lo que vale" y lo que importa es lo
que el agente económico finalmente haga. Precisamente la
visión tanto de Mandeville como de Adam Smith es ésa: Persiguiendo
nuestros objetivos como ratas feroces, nos terminamos comportando
como honestos castores. ¡La gran paradoja: "Vicios privados,
virtudes públicas"!
La
extorsión se produce cuando el abanico de opciones de la víctima es
limitado. En consecuencia, podemos imaginar, por lo menos
teóricamente, una economía capitalista donde esta clase de
intercambios no ocurran. Basta, para ello, con que Esaú se encuentre
con muchos cocineros compitiendo entre sí para ofrecerle sus
lentejas, garbanzos, porotos o arvejas. Es más, en este caso, Esaú
tendría la sarten por el mango y podría dictar las condiciones,
aunque no serían tan despóticas ni tan vejatorias como las que
dicta Jacob, ya que, precisamente en virtud de su situación y de su
oficio, los cocineros no se pueden estar muriendo de hambre. A
riesgo, una vez más, de ser redundantes, recapitulemos: Las
condiciones de la extorsión son a) Opciones limitadas y b) Necesidad
extrema. Si hubiese tantos patrones compitiendo entre sí como
trabajadores, todos los agentes económicos se verían obligados a
portarse decentemente, sin necesidad de medidas de fuerza tomadas
desde arriba o desde abajo, desde el Estado o en desafío al Estado.
Ésa
es, en buena cuenta, la visión que nos ofrece el liberalismo
económico, llegando incluso a sugerir algunos de sus más
entusiastas apologistas que los patrones, en su afán por obtener
quien les ayude, ofrecerán participación en los beneficios y en la
gestión de las empresas y que será, también, bastante fácil
autoemplearse con perspectivas muy razonables de éxito. Ésta es,
también, la visión que nos ofrece aquella excentricidad ideológica
no muy querida por griegos ni por troyanos llamada, según el caso,
"liberalismo social" (Eligio Ayala), "socialismo de
mercado" (Diego Guerrero) o "radicalismo" (Eric J.
Hobswam) (3) que, varius multiplex multiformis, sostiene,
básicamente, que "la mano invisible" puede, efectivamente,
actuar beneficiando a todos una vez que se realicen determinadas
reformas iniciales (generalmente a la propiedad inmobiliaria o
financiera, o a ambas) y que, dentro del anarquismo, se halla
representada por la tendencia individualista iniciada por Josiah
Warren e intelectualmente más viva de lo que pudiera creerse (4).
Como
bien hacen notar Gidé y Rist en su monumental Historia de las
doctrinas económicas, una característica compartida por
marxistas y liberales es "la indiferencia por los periodos de
transición". Bien puede decirse que ambos son sistemas
futuristas. Habrá que atravesar el desierto (o, más
prosaicamente, la "zona del dolor") para alcanzar la tierra
prometida. Los marxistas dejan para el futuro la libertad, la
libertad individual, amplia, irrestricta, soberana. Los liberales
dejan para el futuro la igualdad o, si se prefiere, el respeto al
trabajador. A la larga, llegaremos ahí pero el tema es, aún
suponiendo que tales resultados se vayan a obtener con una seguridad
absoluta, ¿en cuánto tiempo y cómo atravesarán el desierto
quienes se encuentren en una situación más desventajosa ya que es
evidente, también, que, en un primer momento, las condiciones
laborales no mejorarán -para decirlo de una manera suave- y
probablemente existan otros problemas como la quiebra de industrias
nacionales ante la competencia de la importación desenfrenada o la
suba de ciertos productos, por ejemplo, ante la supresión de
subsidios o al orientarse hacia un consumidor más pudiente? Sabemos,
señores liberales, que todo eso, si se llega a dar, "será
transitorio". Sí, pero, ¿qué tan transitorio? Pues en el
tránsito de unos pocos años hay quienes pueden perderlo todo y,
cuando digo "todo", quiero decir "todo", incluso
la vida. "A la larga, todos muertos" se cuenta que dijo
lord Keynes, la mayor "bestia negra" del liberalismo
después de Marx, pero, en este caso, lo que importa no es tanto el
largo como el corto plazo. ¿Es aceptable una política que sostenga
que "los sobrevivientes vivirán en el más perfecto de los
mundos"?
En
algún momento, los escenarios robinsonianos y los "supongamos
que..." deben ceder el paso a la investigación empírica y al
contraste con los datos. ¿Podrían las herramientas de la
econometría y la estadística ayudarnos en este caso? Tomemos los
datos de un país X -Paraguay, por ejemplo- con una Población
Económicamente Activa de tantos millones de personas, de los cuales
tantos son profesionales y mano de obra calificada y tantos otros no
y tantos están desempleados, con tantos millones de hogares y tantos
millones de niños, ancianos, minusválidos o enfermos que
mantener... Si el día de mañana fuesen suprimidas todas las trabas
a la libre empresa, incluyendo las leyes laborales (como la
obligatoriedad del aviso anticipado -absurdamente llamado "preaviso"-
en caso de despido o la indemnización por tal motivo) o el derecho
de huelga o la contratación colectiva... Si todo esto ocurriera,
digo, ¿se puede calcular qué monto de inversiones se necesitaría o
cuántos puestos de trabajo deberían crearse para que la situación
del trabajador no empeore y también para que comience, aunque sea
muy lentamente, a mejorar? Téngase en cuenta que es al peón, al
trabajador no calificado, a quien hay que tomar como patrón (mil
disculpas) de medida pues es el trabajador cuyos salarios son más
bajos, ya que realiza tareas que requieren poco o ningún
entrenamiento y por que los trabajadores calificados que no
encuentran ocupación en su campo tienden a caer en esta categoría.
Si el peón es tratado con un mínimo de respeto y dignidad, podemos
suponer que los demás trabajadores también lo serán. ¿Se puede
realizar este cálculo, considerando, además, que, si aumentan las
inversiones y los puestos de trabajo, esto atraerá corrientes
migratorias que, a su vez, aumentarán la competencia entre
trabajadores "jalando" los salarios hacia abajo? Esto
quiere decir que harán falta varias dosis de refuerzo. ¿Se puede
realizar este cálculo? Yo creo que sí, aunque no posea las
herramientas necesarias para ello y, si se puede realizar, se puede
cerrar la discusión acerca de la viabilidad de la política
económica liberal, por lo menos de la política económica liberal
químicamente pura. Y lo mismo se aplica al "radicalismo"
en sus múltiples variantes, incluída la del anarcoindividualismo.
Habrá
quien diga que esa visión de un capitalismo civilizado y decente
("de un capitalismo que está dejando de serlo" dirá
alguno) ha comenzado ya a realizarse y aquí hay que, hacer,
nuevamente, un pequeño -y esperemos que último- giro hacia la
derecha para reconocer la verdad de esa "cosa obstinada"
que son los hechos. La verdad es que hoy es bastante difícil que un
obrero muera de hambre o de frío en Estados Unidos, Canadá,
Oceanía, Europa o Japón, es decir en el mundo capitalista avanzado.
Incluso es difícil que, en ese mundo, algo así le ocurra a un
vagabundo o a un mendigo. Esto es un hecho de la misma magnitud que
aquel de que Cristóbal Colón llegó a América el 12 de octubre de
1492. Un hecho. Negarlo es absurdo. No seré yo quien diga que
aquella sociedad es perfecta o el País de Jauja, lo que digo es
simplemente que: a) Sustentar la crítica al capitalismo única o
principalmente en el argumento de la pobreza se encuentra con ese
escollo "a la derecha" del mismo modo que, "a la
izquierda", se encuentra con el escollo de que existen otros
posibles argumentos críticos igual de fuertes (de hecho, como se
sabe por lo menos desde los años 70, puede que, en el futuro, el
problema sea más la opulencia que la pobreza) (5) y b) Que, nos
guste o no -y aunque perturbe nuestra imaginación romántica llena
de banderas rojas y negras y de los compases de La internacional o
A las barricadas-, el capitalismo ha demostrado cierta
capacidad de autocorrección y, si se pudo autocorregir en el punto
X, no hay por qué descartar que pueda hacerlo en los puntos Y o Z.
Si esto fuera así, el cambio social llegaría por evolución y no
por revolución (¿aunque no habrían influido en ello los
revolucionarios de todos modos?) y lo trágico del caso radicaría en
la diferencia entre el tiempo histórico y el tiempo de una vida
humana, en la suerte de aquellos que, como dije antes, murieron
atravesando el desierto (6).
Cabe
preguntarse en este punto si en las sociedades capitalistas avanzadas
existe aún la lucha de clases, la "cuestión social", o si
ése es un problema definitivamente superado y estas sociedades
presentan otros problemas totalmente distintos. Evidentemente, en
estas sociedades la situación del trabajador de a pie (hablo del
trabajador legal) es bastante menos penosa que en las otras y el
mismo posee bastantes garantías frente a la precariedad absoluta.
Una de las dos condiciones de la extorsión, necesidad extrema, no
parece existir. Sin embargo, sobre todo a medida que pasan los años
y que el trabajador envejece, sus opciones disminuyen y su situación
sigue pareciéndose a la de alguien que tiene que elegir entre lo
mismo y lo mismo, con la única diferencia (que, sin embargo, tampoco
puede decirse que no sea nada) de que ese "lo mismo" le
servirá para un poco más que simplemente recuperar fuerzas para el
día siguiente. Tendrá algunas comodidades con las que, como dice
Mercier-Vega, "jugará al burgués" pero ese juego será un
mecanismo de evasión, una suerte de droga para olvidar el hecho de
que, aunque teóricamente sea libre, permanece anclado a su situación
social y condenado a la dependencia. Si sus opciones son limitadas,
sigue siendo víctima de extorsión, aunque el precio de rechazarla
sea un poco menos caro (pasar a depender de la beneficiencia pública,
eufemísticamente llamada "servicios sociales del Estado del
bienestar" para cobrar el seguro de desempleo, por ejemplo). Y
lo peor del caso sigue si cambiar: El hecho de que Jacob, a fin de
cuentas, entrega algo externo mientras que Esaú entrega algo
suyo, se entrega a sí mismo, del mismo modo que el
trabajador. Una hora de trabajo es una hora de vida y todo hombre
tiene una sola vida. Permanece así un malestar más sordo, más
atenuado, que sólo emerge en situaciones de crisis.
Puede,
obviamente, que esta "mejora dentro de lo malo" sea el
primer paso hacia "lo bueno". Pero puede, también, que
éste sea el máximo grado de autocorrección del que es capaz el
capitalismo, que sus posibilidades de mejora hayan alcanzado el tope.
Si así fuera, si el capitalismo no fuese capaz de realizar dentro de
sí mismo nuevas y grandes transformaciones, entonces me parece casi
indudable que el sistema está condenado y que puede arrastar a toda
la civilización y a la especie a la catástrofe y la barbarie. Y eso
no por que el sistema sea injusto o violento. El ser humano, llevado
por su instinto de supervivencia, puede soportar mucha ignominia. La
esclavitud o el vasallaje subsistieron durante miles y decenas de
miles de años. Pero todo sistema debe ser funcional y
sostenible. En ese caso, la opción verdadera sería
socialismo libertario o barbarie, pues el socialismo autoritario ya
demostró, sobradamente, su incapacidad. Las dificultades del
socialismo libertario en cualquiera de sus vertientes (incluyendo el
individualismo) las conocemos de sobra pero el caso es que el
socialismo libertario tendrá que ser cuando el capitalismo ya
no pueda ser, del mismo modo que los naufragos de una balsa dejan
atrás sus rencillas y dicen "o unidos o hundidos"...
Salvo, claro está, que, ante la amenaza de esas mismas fuerzas,
el capitalismo logre una colosal y gigantesca autocorrección.
En
todo caso, éste es otro tema, si Jacob terminará conduciéndose a
sí mismo al abismo y, con él, a Esaú, a Ismael, a las 12 tribus y a toda la estirpe de Adán. El modesto objetivo de este trabajo no es
anticipar el futuro sino describir el presente, demostrar cómo, en
un marco de igualdad ante la ley y libertad negativa, la extorsión
violenta no sólo puede subsistir sino que también puede proliferar
disfrazada de transacción pacífica, describir cómo el mercado
en general y el mercado laboral en particular puede ser -y, de hecho,
con demasiada frecuencia es- algo muy parecido a una guerra o, mejor
dicho, a un asalto. Si alguna vez esto cambiará, si Esaú logrará
liberarse de Jacob o si Jacob comenzará a portarse bien es, como ya
dije, otro tema. Para terminar con las imágenes bíblicas, ésta,
como escribió Jorge Luís Borges, "es la historia de Caín, que
sigue matando a Abel", mientras que Pilatos, de acuerdo a su
proverbial e inveterada costumbre...
(1) Es obvio que un patrón puede tener -y de hecho, muchas veces
tiene- cierto margen de maniobra y un patrón con ciertos escrúpulos
podrá pagar salarios más decentes que la media si la encuentra
demasiado baja. Sin embargo, está claro también que, en la medida
en que la competencia se haga más fuerte y despiadada, procurará
abaratar costos y, en ausencia de restricciones legales o de otro
tipo, uno de los costos más fáciles de abaratar es el del trabajo,
sobre todo el del trabajo no calificado. Salvo, claro está, que la
competencia por la mano de obra suba o, por lo menos, mantenga en el
mismo nivel los salarios. Pero, ¿de qué magnitud debe ser esta
competencia para equilibrar esa otra fuerza tan poderosa? Pero nos
estamos adelantando en este punto. Ya llegaremos.
(2) El término "economía de mercado sin capitalismo"
utilizado a veces por los adeptos del radicalismo -del que hablaremos
después- expresa esta idea (alguien, alguna vez, habló, medio en
serio medio en broma, de "capitalismo sin capitalistas").
(3) Eligio Ayala la llama así en su trabajo Migraciones;
Diego Guerrero, en su Historia del pensamiento económico
heterodoxo y Eric J. Hobswam en su Trabajadores. Estudios de
historia de la clase obrera.
(4) Creo que es importante señalar las diferencias fundamentales de
esta postura con respecto al liberalismo, del cual es una especie de
herejía: a) En su análisis de la sociedad tal como es -incluso bajo
un sistema "corporativo", "mercantilista" o
"intervencionista"- el liberalismo sostiene que la
iniciativa privada guiada por el afán de lucro sigue siendo,
fundamentalmente, benéfica para todos, aun cuando la acción estatal
la entorpezca, es decir que "la mano invisible" siempre
actúa, mientras que el radicalismo acepta que adquiere, con mucha
frecuencia, un carácter antisocial y destructivo (en este punto,
pueden existir liberales que se acerquen a la postura radical) y b)
En su propuesta, el liberalismo elimina las trabas a la libre empresa
y mantiene la institución de la propiedad tal como es hoy, incólume
y aún aumentando sus prerrogativas, mientras que el radicalismo
aplica algún tipo de reforma, bien sustituyendo, en el caso de los
inmuebles, la "propiedad lockeana" por la "posesión
proudhoniana" o bien reformando de algún modo el mundo de las
finanzas o de la propiedad intelectual (algunos liberales están de
acuerdo con esto último). Fuera del anarquismo individualista de
Warren y sus discípulos, la tendencia del radicalismo, liberalismo
social o socialismo de mercado está representada, hasta donde sé,
por los "socialistas ricardianos" británicos William
Thompson y Thomas Hodgskyn, por el alemán Franz Oppenheimer, por el
norteamericano Henry George (hoy casi olvidado y, sin embargo, en su
tiempo un autor enormemente exitoso) y por el germanoargentino Silvio
Gesell. El propio Proudhon se acerca a veces a esta postura y tengo
entendido que también John Stuart Mill.
(5) Salvo, naturalmente, que se demuestre que, dentro del
capitalismo, ese bienestar no puede extenderse a toda la población
mundial o que es precario y está permanentemente amenazado o ambas
cosas.
(6) Aunque es, sin duda, un tema importante, desde el punto de vista
de este trabajo es irrelevante si el mérito de esa autocorrección
corresponde a "la mano invisible" del mercado o a la muy
visible del Estado del bienestar. Se trate de capitalismo liberal o
de capitalismo socialdemócrata, en cualquiera de los dos casos sigue
siendo capitalismo, pues la mayor parte de la economía está
manejada por empresas privadas movidas por el afán de lucro.