Blog gratis
Reportar
Editar
¡Crea tu blog!
Compartir
¡Sorpréndeme!
Isla de la Tortuga
"Aquí las capas son sayos/ y los toros bravos, bueyes./ Aquí todos somos reyes/ y todos somos vasallos".
02 de Junio, 2008 · Economía

"El trabajo es la verdadera medida del precio": La teoría del valor en Adam Smith


(A propósito de los argumentos expuestos por Benjamin R. Tucker aquí).

Una regla que alguna vez escuché o leí –no recuerdo- fue la de  que, cuando se trata de alguna teoría filosófica, política,  económica o de cualquier otra índole, hay que consultar a los autores originales de tales teorías. Los manuales, recensiones y resúmenes son útiles –qué duda cabe- para dar un vistazo general, para introducir al profano en el tema. Pero hay que  ir siempre a los originales y siempre cultivar un poco de sana desconfianza con respecto a los divulgadores, sean estos amigos o adversarios (aunque con más razón en el segundo caso). Desconfíen de toda recensión –incluso de ésta.

 

Por tal motivo, cansado de navegar entre informaciones contradictorias y, con frecuencia, poco claras, decidí ponerme a leer (a veces releer) los textos originales de los economistas  importantes, a pesar de lo difícil que, con frecuencia, resulta. Difícil no porque los temas sean aburridos en modo alguno –todo lo contrario- ni tampoco porque sean terriblemente difíciles –tienen sus bemoles pero tampoco son nada del otro mundo. Resulta difícil porque, por algún motivo, los economistas –de todas las tendencias- no suelen ser buenos escritores (siempre hay excepciones, claro). Mientras que en muchas otras de las llamadas humanidades –la historia, por ejemplo- un profano puede adquirir conocimientos más que respetables sobre la misma sólo cultivando el placer de leer (aun cuando esto no implique que sea capaz de realizar una investigación, lo que es algo distinto, pero que tal vez tampoco sea tan inaccesible o esotérico), en economía la situación se presenta bastante menos amigable y creo que tal situación puede explicarse, por lo menos en parte, por la aridez de la mayor parte de los textos.

 

Armado con el lema “es un trabajo sucio pero alguien tiene que hacerlo” –viejo cliché del cine norteamericano- decidí emprender esta labor, comenzando, simplemente, por aquello que  tuviera más a la mano. Y comencé con los Principios de economía política de Carl Menger, uno de los padres de la llamada revolución marginalista y fundador de la Escuela Austriaca de Economía. Claros pero aburridos –estilo pesado, reiterativo, más bien gris y desvitalizado aunque, claro, es un economista y no un artista de circo, me limito a decir que lo único que le hubiese pedido es que fuera un escritor; y que conste que no cuestiono la importancia de Menger ni la de su un tanto olvidado “hermano pródigo” Antón (importante figura en el campo del derecho laboral y las reformas sociales). Proseguí con el más famoso de los clásicos: La riqueza de las naciones de Adam Smith, especialmente interesado en la tan vilipendiada teoría laboral

del valor, supuestamente refutada por la teoría subjetiva o marginalista.

 

Parece claro, ciertamente, que el valor es subjetivo; que valoramos las cosas por que nos resultan –subjetivamente, a nosotros- útiles, bonitas o agradables (es decir, por que satisfacen algunas de nuestras necesidades) y no por que sean fruto del trabajo de alguien; que el comerciante lo que hace es sondear la necesidad y gusto subjetivos del potencial cliente; que este último no se pregunta, al comprar, “¿cuánto trabajo ha costado a quien lo produjo?” sino “¿qué tanto me puede satisfacer?”; que el precio (“valor de cambio”) está, por lo tanto, determinado por el valor a secas (“valor de uso”) y no por otra cosa; que las personas trabajan porque valoran y no al revés; que, si la teoría laboral del valor fuera cierta, aquel hombre que encontró un diamante en bruto por azar entre un montón de grava y piedras destinado a la construcción (creo que fue en Pernambuco) no tendría por qué haberse hecho rico, al no haberle costado prácticamente ningún trabajo la obtención de ese diamante ni tampoco ser fruto del trabajo de ningún otro fuera del Padre Tiempo y la Madre Naturaleza; que, si la mencionada teoría fuera cierta, aquellas obras que Mozart componía de corrido y en pocos minutos haciendo una pausa mientras jugaba al billar debieran valer menos que La Macarena, Antes muerta que sencilla o Dos mujeres, un camino (de hecho valen menos para alguna gente con el gusto atravesado, pero ése es otro tema) y que, en resumen, esta teoría, según la cual el precio de una mercancía está determinado por la cantidad de trabajo necesario para producirla, es falsa de toda falsedad, un disparate ridículo en el cual parece mentira que personas que no hayan escapado de un manicomio hayan podido creer por tanto tiempo, personas de todas las tendencias, personas inteligentes y preparadas a las cuales, por otro lado, muchas veces se quema incienso por otros aspectos de sus teorías (como el interés propio como móvil del progreso, por ejemplo). “¡Cómo se puede ser tan inteligente y, a renglón seguido, tan imbécil!” parecen decir sus comentaristas.

 

Bueno, amigos, tenemos noticias frescas para todo el que esté dispuesto a escucharlas. No es que Mr. Smith padecierarepentinos ataques de idiotismo, producto de su deficiente alimentación escocesa (recordemos al conserje Willy de Los Simpson anunciando las delicias gastronómicas de su tierra:“¡Croqueta de pulmón, empanada de hígado, tortilla de riñón:sabe tan bien como suena!”, espero ningún escocés se sienta ofendido por este chistecito). No es que, precisamente cuando escribió esa parte del libro, se le hubiera pasado la mano con el whisky. Ni que ya tuviera sueño y quisiera acostarse y, por lo tanto, puso lo primero que se le cruzó por su caledónica cabeza. Tampoco es que quisiera gastar una broma insertando un absurdo en medio de una exposición seria ni, mucho menos, que se encontrara deprimido y con la autoestima baja y que, por lo tanto, no le importara escribir cualquier cosa porque “total, nadie lo va a leer, a nadie le importa”. Nada de eso. La explicación es mucho más simple: Esa supuesta teoría laboral del valor no tiene, simplemente, NADA QUE VER con la verdadera teoría laboral del valor. Por lo menos, no con la de Adam Smith. Por lo menos, no tal como la expone hasta donde yo, humildemente, he alcanzado a leer. No conozco la vida personal del fundador de la economía clásica pero puedo hablar sobre su inteligencia y puedo asegurar que la misma, en ningún momento, decae (aunque sí su claridad). En cada página se siente el pulso de una mente rigurosa, sutil y finamente analítica. Una vez que se ha logrado hincar el diente en esos párrafos un tanto abtrusos y detallistas se percibe, finalmente, unaconstrucción mucho más sólida y profunda que el infantilsinsentido que se le atribuye –y que, inicialmente, parece. Una teoría que no es tan fácilmente refutable y que tampoco es, necesariamente, contradictoria con la teoría subjetiva. Una teoría que, en fin, más que ser descartada sin apelación merece ser redondeada, pulida y sopesada. Y, por último pero no al final, una teoría que merece ser BIEN refutada. Si alguien quiere hacerlo, que lo haga. Pero que refute la verdadera teoría y no una caricatura de la misma.

 

Entonces, ¿en qué consiste realmente la teoría laboral del valor de Adam Smith? (Repito, a riesgo de ser pesado: Hablo de la teoría de Adam Smith, por ahora no respondo por la de David Ricardo, Carlos Marx, Pierre-Joseph Proudhon o cualquier otro). ¿Qué significa aquello de que “el trabajo es la verdadera medida del precio”? Antes de entrar en materia, repito una vez más: NO significa que el precio de una mercancía esté determinado por la cantidad de trabajo necesario para producirla. TAMPOCO significa que el único trabajo digno de tal nombre sea el manual. Es verdad que, en un principio (al inicio del capítulo V, concretamente), parece ser así pero si nos despojamos de estos prejuicios nos vamos a entender mejor.

 

Una de las razones por las que el análisis de Smith resulta, en este punto, bastante oscuro, es la propia ambigüedad del término “valor”, que él utiliza, indistintamente, como sinónimo de valor a secas, de precio, de costo e incluso, en algún momento, simplemente como de “riqueza”. Por lo tanto, a fin de exponer sus ideas con mayor claridad que él –humildemente, voy a comenzar por aclarar los conceptos.

 

Parte Smith de definiciones que, si bien no son totalmente falsas, si son incompletas: “Debe notarse que la palabra valor tiene dos distintas inteligencias; porque a veces significa la utilidad de algún objeto particular, y otras aquella aptitud o poder que tiene para cambiarse por otros bienes a voluntad del que posee la cosa. El primero podemos llamarlo valor de utilidad, y el segundo valor de cambio”. Un tanto toscas y apresuradas, si bien parecen estar en el camino correcto. Intentemos redondearlas.

 

La relación entre la utilidad y el valor no es de identidad sino de causa y efecto. Puede existir una cosa que me sea útil y, al no saberlo yo, no valorarla. La utilidad es la capacidad que tiene un bien de satisfacer una necesidad x de un sujeto x. El valor, en palabras de Carl Menger, “… es la significación que unos concretos bienes o cantidades parciales de bienes adquieren para nosotros, cuando somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades”. Más adelante puntualiza diciendo que el valor “… no es algo inherente a los bienes, no es una cualidad intrínseca de los mismos, ni menos aún una cosa autónoma, independiente, asentada en sí misma. Es un juicio que se hacen los agentes económicos sobre la significación que tienen los bienes de que disponen para la conservación de su vida y de su bienestar y, por ende, no existe fuera del ámbito de su conciencia.”

 

Muy bien. Es importante señalar, sin embargo, que, si la definición de Smith es errónea, lo es por incompleta, por insuficiente, por superficial, por que se queda a medio camino

y no profundiza, al considerar, probablemente, que no es un tema tan importante. No es errónea por disparatada ni absurda, está en el camino correcto. En resumen, no es errónea como la teoría de Ptolomeo (universo geocéntrico) sino como la de Copérnico (universo heliocéntrico, estaba en el camino correcto pero creía que todo el universo se reducía a nuestro sistema solar).

 

Tenemos entonces el valor, que, en resumidas cuentas es la significación que, para diversas personas, toma un bien, al conocer la capacidad que tiene de satisfacer sus necesidades. Para no complicarnos, éste es el único sentido en el que voy a utilizar la palabra valor.

 

Tenemos, en segundo lugar la cantidad de dinero o de otros bienes que se entrega a cambio de un bien. En este caso, sí voy a descartar la definición de Smith que se centra en la capacidad de ser una mercancía –que, en rigor, tiene cualquier bien- y no en el hecho mismo de la compra-venta (sin embargo, su imprecisa definición no afecta su razonamiento posterior). A esta cantidad no la voy a llamar valor de cambio ni valor de nada sino, simplemente, precio.

 

Una mercancía es, simplemente, un bien -una cosa que de alguna manera es útil y que alguien valora- destinado al intercambio. En el momento en que alguien la compra deja de ser mercancía hasta que vuelva a la venta. Otro concepto a tener en cuenta es el de costo –al que volveremos más adelante. Pero, por ahora, dejaremos el valor y el costo de lado y nos concentraremos en el precio.

 

En el fenómeno del precio distingue Smith dos aspectos: Uno, el precio nominal; otro, el precio real. El primero viene a ser algo así como la “apariencia”, la “fachada” del precio. El segundo, la esencia, la realidad, el cogollo del fenómeno.

 

El precio nominal es la cifra monetaria o –en el caso de un trueque- la cantidad de otros bienes que se entrega a cambio de la mercancía en cuestión. El precio real es la capacidad de compra, la capacidad de adquirir más bienes que esa cantidad otorga. En resumen, el poder adquisitivo de esa cantidad.

 

Esto es especialmente claro en el caso del salario que, como todos sabemos, es el precio del trabajo. Los economistas siguen utilizando los conceptos de salario real y salario nominal. A iguales precios y salarios nominales pueden corresponder, en diversas épocas y lugares, diferentes precios y salarios reales y viceversa. De hecho, todas las combinaciones son posibles. En este punto, Smith pega un salto y, sin dejar de ser economista, adopta una perspectiva de antropólogo económico (por el método comparativo con respecto a diversas sociedades) y de historiador económico (al comparar también diversas épocas). Volveré a ello más adelante. Primero quiero aclarar mejor lo de precios y salarios nominales y reales.

 

En la película Haz lo correcto (Do the right thing), del director Spike Lee, hay un personaje llamado Mookie, interpretado por el propio Lee. Mookie es un repartidor de pizzas a domicilio y vive en un departamento modesto, en un barrio también modesto de Nueva York, con su hermana, que le reprocha que no busque un trabajo mejor pagado y con mejor futuro. Tiene también un hijo, para cuyo sustento pasa una magra pensión. No es, precisamente, un Rockefeller. Sin embargo, en algún momento se menciona su salario: 250 $ semanales. Esto arroja un total de 1000 $ mensuales.

 

Lo sorprendente es que, en Paraguay, éste –o, se sobreentiende, su equivalente en moneda local- sería un salario de clase media-media, el salario de un ejecutivo de

nivel medio, de un docente universitario en una universidad privada o de un docente con nivel de tutor en un colegio para niños ricos. Y permitiría a su beneficiario un nivel de vida bastante más confortable que el de Mookie. Si Mookie poseyera un adminículo mágico que le permitiera teletransportarse al Paraguay para realizar la mayor parte de sus gastos y volver a los Estados Unidos a trabajar, tendría la vida solucionada. En este caso, Mookie y el hipotético ejecutivo o docente de una institución educativa adinerada tienen el mismo salario nominal, pero distinto salario real.

 

Una conclusión apresurada sería la de que, entonces, el costo de vida en los Estados Unidos es más alto que en el Paraguay. Lo es, sin duda, en términos nominales pero ¿acaso lo es en términos reales? El departamento de Mookie es humilde pero es de materiales nobles y posee los servicios básicos de luz, agua y desagüe. No alcanzamos a constatar si su hermana también trabaja (aunque se sugiere que no, que Mookie la mantiene y paga sus estudios) pero, aun en el caso de que lo hiciera, no tiene pinta de trabajar como presidenta de una gran corporación. Es dudoso que, en el Paraguay, un repartidor de pizza pueda alcanzar ese frugal y austero nivel de vida sólo con su salario de repartidor de pizza. Para lograrlo, debería ganar en un mes aproximadamente lo que gana Mookie en una semana. No conozco la remuneración de un repartidor de pizza en Paraguay pero sé que ése es, más o menos, el sueldo de un músico de la orquesta sinfónica y, aunque sé que nadie se mete en la música clásica para hacerse millonario, sé también que, en general, un músico de orquesta sinfónica está mejor pagado que un repartidor de pizza.

 

Para terminar con el ejemplo, resumamos: Mookie, en comparación con el hipotético ejecutivo de clase media del Paraguay, gana lo mismo en términos nominales pero menos en términos reales; en comparación con su colega repartidor de pizza del Paraguay, gana más en términos nominales y también más en términos reales y, por último, en comparación con un músico de la orquesta sinfónica en Paraguay, gana más en términos nominales pero lo mismo en términos reales.

 

Existen, desde luego, otras dos posibles combinaciones: La de dos personas que ganen lo mismo en términos nominales y reales (pudiera ser el caso de un vecino y contemporáneo de Mookie que también ganara 250$ a la semana) y, la más  sorprendente, la de una persona que gane más que otra en términos nominales pero menos en términos reales. Una antigua canción española dice:

 

Antes, por una peseta,

comías, bebías,

podías fumar;

ahora, por cinco pesetas,

ni comes, ni bebes

ni puedes fumar…

 

Una persona que, en el pasado de la canción, ganara una pesetapor día, comparada con otra que, en el presente de la misma, ganara cinco, ganaría un menor salario nominal pero un mayor salario real. Termino esta parte de la exposición repitiendo que, al comparar precios y salarios nominales y reales, todas las combinaciones son posibles.

 

Ahora que estamos llegando al meollo de la cuestión, al “secreto central”, estos ejemplos sobre salarios nos van a ser muy útiles. Pero, precisamente para percibir su utilidad, vamos a prescindir de ellos y vamos a intentar calcular precios nominales y reales de bienes que no sean el trabajo.

 

No sabemos cuánto paga Mookie al mes por su departamento. Supongamos que fueran 200 $. Hasta hace unos años, se podía conseguir un departamento similar en Paraguay en unos 50 $. ¿Qué alquiler es más caro? En términos nominales, es obvio que el de Nueva York. La cosa es calcularlo en términos reales. Téngase en cuenta que un simple dólar tiene también un mayor precio real en Paraguay –o, hasta donde estoy enterado, en

cualquier país de América Latina- que en los Estados Unidos. Sin embargo, no puedo ahora calcular exactamente la proporción de esa diferencia y, por lo tanto, quedan abiertas tres posibilidades: a) Que un mayor precio nominal corresponda a un mayor precio real y que, por lo tanto, el departamento de Nueva York tenga un precio más caro que el de Paraguay, b) Que un mayor precio nominal corresponda a un menor precio real y, del mismo modo, el departamento de Mookie sea más barato que uno similar en Paraguay (concretamente en la capital) y c) Que estos distintos precios nominales correspondan a iguales precios reales.

 

Quedamos en la duda, al no proporcionarnos la película más datos. Sin embargo, antes, con esos datos insuficientes en apariencia, llegamos a la conclusión de que era más barato el de Nueva York en base a la simple constatación de que Mookie, con su trabajo de repartidor de pizza, podía pagarlo.

 

Veamos el otro ejemplo: Si antes, con una peseta, comías, bebías y podías fumar y ahora, con cinco pesetas, no puedes hacer ninguna de las tres cosas… ¿Cómo realizamos el cálculo? Supongamos que, en el presente de la canción, fueran necesarias diez pesetas para hacer las tres cosas que, supongamos también, se sintetizaran en una fuente de picadas, una jarra de cerveza o vino y un puro.

 

Esto significa que el precio nominal se ha multiplicado por diez. ¿Y el precio real? En cierto sentido también. Si precio real es el poder adquisitivo, la capacidad de adquirir otros bienes, la verdad es que ahora “comer, beber y poder fumar” puede adquirir diez veces más pesetas que antes. No olvidemos que el dinero es un bien como los demás, con sus particularidades, pero no deja de ser un bien.

 

¿Cómo realizamos el cálculo, entonces? ¿Cómo sabemos si no se ha disparado ese “comer, beber poder fumar” a precios exorbitantes mientras que otros precios han permanecido iguales o bajado? La moneda se deprecia, lo sabemos todos. Hoy, mucho más que en la época de Adam Smith. Anota el gran economista que el descubrimiento de América abarató notablemente los precios del oro y la plata. Todos los bienes están fluctuando en sus precios constantemente. Un invento o descubrimiento que abarata los costos, una cosecha muy buena o muy mala, los vaivenes del gusto y de la moda, los vaivenes del valor y del costo afectan los precios. ¿Cómo podemos comparar entre sí magnitudes que no se quedan quietas? El mismo factor que hace necesario comparar precios reales –la inestabilidad- es el que parece volver imposible la realización de ese cálculo.

 

Sin embargo antes lo hicimos, en los dos ejemplos que mencioné. Utilicé, en ambos casos, un bien sin el cual dicho cálculo, como vimos, se tornó mucho más espinoso: El trabajo. El trabajo es la verdadera medida del precio. El trabajo es el patrón, el 4:40 a partir del cual calculamos si los precios son altos o bajos.

 

¿Pero acaso el trabajo no es un bien como cualquier otro y no padece también fluctuaciones en su precio? Sí, padece fluctuaciones en su precio pero no es un bien como cualquier otro. Es un bien que es vida, tiempo, esfuerzo, sangre, músculo y pericia concretos, mientras que los demás son solo efectos del mismo. Su valor y su precio pueden fluctuar para los demás –el empleador, el economista, el espectador ocioso- pero para el trabajador una hora de trabajo es siempre una hora de trabajo pues es una hora de vida y una hora de vida es siempre una hora de vida, en rigor nunca sobra, y todo hombre tiene una sola vida.

 

Más que decir que “el trabajo es la verdadera medida del precio” hay que decir que el trabajo es el precio. Esto es mucho más claro en una economía sin intercambios. Supongamos un individuo autosuficiente viviendo en el monte. El precio que paga, por ejemplo, por un jabalí, es el trabajo que le costó cazar ese jabalí, todo el tiempo e intensidad (sólo que esto último es mucho más difícil, si no imposible, de medir) de esfuerzo físico y mental, de dedicación y riesgo que tomó atrapar y matar a ese animal. Hasta hoy decimos que algo “nos ha salido caro” cuando nos tomó mucho trabajo aunque no nos costara un centavo y que “la sacamos barata” cuando algo nos resultó demasiado fácil.

 

Este punto nos lleva, creo yo, a una conclusión inevitable que Adam Smith no llega a formular: la de que el precio real varía no sólo de una sociedad a otra y de una época a otra sino también, dentro de una misma sociedad, de un individuo a otro, de una clase social a otra, de una profesión a otra, de un grupo étnico a otro e incluso de un sexo a otro.

 

El precio real es, al mismo tiempo, objetivo y subjetivo. Objetivo porque no es un sentimiento como el valor, es un hecho económico de la realidad (“tienes que trabajar tanto si quieres comprar esto”). Subjetivo porque puede variar, y en verdad varía, de persona a persona. Un heredero multimillonario puede pagar millones por sus placeres y caprichos pero, en rigor, no paga nada por que nada le cuesta realmente. Un hombre pobre paga poco por sus humildes goces pero paga más caro, siempre.

 

Resulta, entonces y dicho sea de paso, absurdo el reproche que se suele hacer a la economía clásica de que sólo ve las cosas desde el punto de vista del productor y no del consumidor. Absurdo, por lo menos, en el caso de Adam Smith, pues su teoría toma en cuenta ambos puntos de vista.

 

El razonamiento acerca del precio real termina, pues, en una redefinición.

 

¿Qué es el precio nominal? La cantidad de dinero u otros bienes que entrego a cambio de un bien.

 

¿Qué es el precio real? El trabajo que me cuesta adquirir un bien.

 

Ejemplo: Una manzana cuesta un peso en la tienda de esquina de mi casa. Un peso es el precio nominal. El trabajo que me cuesta adquirir ese peso es el precio real. Se le podría agregar el trabajo de ir a la tienda pero esto es algo baladí.

 

 

Ésta y no otra es la significación de aquella frase de que “El trabajo es la verdadera medida del precio”.


 

Palabras claves , , , , , , , , , , ,
publicado por tsekub a las 14:02 · 6 Comentarios  ·  Recomendar
 
Más sobre este tema ·  Participar
Comentarios (6) ·  Enviar comentario
Brillante.

Alberto
publicado por Alberto, el 06.07.2008 19:42
Gracias, Alberto.
publicado por Tsekub, el 23.07.2008 09:19
Muy interesante, Tsekub.

Se me ocurre una objeción a tu reinterpretación de Adam Smith. Hablo de memoria, y quizá mis recuerdos de Smith estén influidos debido a que últimamente he estado releyendo a Marx, pero juraría que el escocés también habla de la "equivalencia en el cambio" y, si esto fuera así, daría al traste con tu interpretación.
publicado por Victor L., el 03.04.2009 15:17
Creo que es al princpio del Capítulo V a lo que tú te refieres. Ahí dice algo así como: "En aquel estado primitivo y tosco de la sociedad que precede a la acumulación de capital y a la apropiación de la tierra,la proporción entre las cantidades de trabajo necesarias para adquirir distintos objetos parece ser la única circunstancia que puede proporcionar una regla para el cambio de unas cosas por otras. Si en una nación de cazadores, por ejemplo, cuesta, generalmente, doble trabajo matar un castor que un ciervo, es natural que un castor se cambie por dos ciervos o que el precio del primero sea el doble que el segundo. Es natural que lo que, generalmente, es el producto de dos días de trabajo valga el doble de lo que es producto de uno solo". (El subrayado es nuestro)

Pero no dice que sea así AHORA. Especula que debió ser así. Hago notar que este error interpretativo también es señalado por Kropotkin en La ciencia moderna y el anarquismo.
publicado por Tsekub, el 06.04.2009 12:20
Sí, justo ese era el fragment, creo...aunque no sé si se reitera a lo largo del libro.

Yo lo interpreto como una conclusión a su investigación de los orígenes del valor, ya a partir de ahí desarrolla toda la teoría del valor trabajo. Por lo menos, parece que esta interpretación encaja más con el resto de la obra.
publicado por Victor L., el 07.04.2009 15:07
Posteriormente habla de la formación de los precios y de la oferta y la demanda. No me parece que caiga en la interpretación habitual de la TLV, tampoco Ricardo, a quien estoy leyendo ahora -muy pesado de leer, por cierto, en contraste con su amigo Malthus, que es bastante ameno.
publicado por Tsekub, el 08.04.2009 11:31
Enviar comentario

Nombre:

E-Mail (no será publicado):

Sitio Web (opcional):

Recordar mis datos.
Escriba el código que visualiza en la imagen Escriba el código [Regenerar]:
Formato de texto permitido: <b>Negrita</b>, <i>Cursiva</i>, <u>Subrayado</u>,
<li>· Lista</li>
Sobre mí
FOTO

Tsekub

Ciencias sociales, filosofía política, artes y letras.

» Ver perfil

Calendario
Ver mes anterior Abril 2024 Ver mes siguiente
DOLUMAMIJUVISA
123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
282930
Buscador
Blog   Web
Tópicos
» Anarquismo (2)
» Derecho (1)
» Economía (2)
» Educación (1)
» General (9)
» Historia (1)
» Liberalismo (3)
» Paraguay (3)
Nube de tags  [?]
Secciones
» Inicio
Enlaces
» A las barricadas
» Autonomía (fanzine)
» Caníbal
» CNT
» Contraeconomía
» El libertario (Venezuela)
» El único
» Kurupí
» Los nietos del Papa
» Los nietos del Papa (con ruido)
» Mutualismo
» Vecindad Autopsia
» Ninfa Duarte
» Jakembó
» Orden natural y espontáneo
» La Alcarria obrera
» Antorcha
» Periodismo paraguayo
» Agua, ¿oro azul?
» Rafael Uzcategui
» Sueño libertario
» Social Demencia
FULLServices Network | Blog gratis | Privacidad