
Entre los blog que suelo visitar hay uno llamado Matar a Lois, de orientación liberal, anarcocapitalista o, como se dice con un neologismo horrible, “libertariana”. El bloguero es un joven de ingenio vivo y rápido y suele postear materiales interesantes. Uno de estos es una ponencia elaborada por una abogada española, Laura Mascaró, leída en un congreso de economía austriaca realizado este año en Santiago de Compostela, España. La ponencia se titula Educación y libertad individual. Una defensa de la no escolarización como expresión de la libertad individual y es realmente interesante. No sólo por que el tema, en sí, es interesante y por que la ponencia posee informaciones y aportes interesantes sino, también, por que la misma es una muestra de cómo la aparente defensa de la libertad individual puede camuflar un reclamo fundamentalmente autoritario, conservador en el mal sentido de la palabra (tiende a conservar lo que, precisamente, no conviene conservar) y bastante peligroso, sobre todo si llegara a generalizarse.
Para reforzar la impresión de que estamos ante una propuesta realmente libertaria y liberadora, el bloguero Stewie, fino estratega, pone de fondo una canción, Vuestra maldición, de la que, tal vez, sea la mejor banda de punk-rock en castellano, La polla records.
Acostumbráis
a los críos
a obedeceros.
Manipuláis
su educación
para conseguir
que siga esta demencia.
Los dejáis preparados
para que sigan teniendo
vuestros mismos errores.
Damos por sentado que Stewie se adhiere al espíritu que anima la ponencia de doña Laura Mascaró y que interpreta esta canción, por lo tanto, como una diatriba lanzada contra los profesores de escuela y contra los funcionarios que diseñan las políticas educativas. ¿No hay nadie más por allí que acostumbre a los niños a obedecer y que los deje preparados para que sigan teniendo sus mismos errores? ¿Nadie mucho más poderoso, más próximo y omnipresente? Parece que no.
Crítica de la escuela
Comienza la Dra. Mascaró su ponencia citando a Murray Rothbard. El influyente profesor norteamericano dice que la educación es un proceso que nunca termina. El influyente profesor norteamericano señala que todo individuo es único e irrepetible y que la escuela impone una enseñanza uniformizada, estandarizada, que obliga a aprender logaritmos al niño que desearía dibujar o leer novelas de aventuras y a leer novelas (que, al tornarse en “clásicos respetables y obligatorios” pierden todo su atractivo) al niño que desearía dibujar o resolver problemas de matemáticas. Muy bien, esto ya lo sabíamos. No necesitábamos a don Murray para enterarnos. “La escuela –dice Mascaró, exponiendo las tesis de Rothbard- uniformiza, en ella todos son iguales, todos estudian lo mismo al mismo ritmo. No se respetan los intereses, las aptitudes ni las necesidades particulares de cada uno. Por tanto, deduce, es obvio que la mejor instrucción es la que se da de forma individual. Y ¿quién mejor que los padres para dar esta instrucción? Porque ellos son los que mejor conocen al niño.”
Los supuestos “derechos” de los padres
En este punto me permito discrepar. Primero que nada, estoy de acuerdo con lo de instrucción individual si por ello se entiende un seguimiento individual de cada niño. No lo estoy si significa que las clases deban darse siempre en forma individual. Yo puedo inscribirme en un curso que me interesa y el hecho de que haya otros veinte sentados conmigo en el aula no menoscaba, en modo alguno, mi individualidad ni mi unicidad. Pero esto no tiene demasiada importancia. Lo mejor es lo que viene después: “¿quién mejor que los padres para dar esta instrucción? Porque ellos son los que mejor conocen al niño.” ¿Quién mejor? Pues, para empezar, alguien que vea al niño como una persona independiente, autónoma, a la que, ciertamente, hay que tutelar hasta cierto punto pero que tiene una vida propia y el derecho de hacer de su capa un sayo y de decidir por su cuenta lo que quiere hacer con su vida. Derecho que, progresivamente, debe irse expandiendo hasta tornarse plenamente efectivo. ¿Cumplen todos los padres con esta condición? Los hay que sí, sin duda. Pero hay muchos que no. Y un padre que reclama, airado, el derecho de educar a su hijo a su manera y de enviarlo o no a la escuela si le da su real gana me temo que no pertenezca al primer grupo.
Qué miseria tan grande la de aquella escena de la película Haz lo correcto, cuando una madre soltera, pobre y explotada, ubicada en el último peldaño de la sociedad, no acepta las tímidas y cautas sugerencias de un vagabundo y bondadoso anciano acerca de no ser tan severa con su hijo! ¡Qué agrio, qué poco elegante, qué poco noble, qué poco simpático el gesto cuando dice “nadie me va a decir cómo criar a mi hijo”! ¡Cómo se aferra, con uñas y dientes, a su única, pequeña parcela de poder, al único espacio donde ella manda y decide!
En mi opinión, antes que ninguna “libertad” o “derecho”, los padres tienen un deber y una responsabilidad. La de cuidar a sus hijos hasta que los mismos puedan atender “a su defender y a su alimentar”. No debería plantearse así, en los áridos y feos términos de “deber” (tendría que ser un impulso natural), pero es necesario hacerlo ya que tanto se habla de “derecho” y de “libertad” –y son, en todo momento, el “derecho” y la “libertad” de los padres y nunca el de los hijos. Y, además de todo eso, los padres tienen un PODER. Un poder con mayúscula, que es innegable, que es, si se quiere, natural e inevitable pero que debe ejercerse con responsabilidad y que debe ser contrapesado. ¿Cómo? Para empezar, permitiendo y fomentando que el niño tenga otros espacios de socialización y de educación fuera de la familia. En la peor de las escuelas, con los compañeros y profesores más zafios e ignorantes, un niño aprenderá cosas que no podrá aprender con sus padres, aunque estos sean los esposos Curie. Por que el niño necesita un espacio de socialización y de relativa libertad (de autonomía, ya que no de independencia con respecto a la tutela paterna) y ese espacio, actualmente, se lo proporciona, sobre todo, la escuela.
Por este motivo, no puedo respaldar la iniciativa de la educación en casa o homeschooling. Podría hacerlo, en el caso de una tribu de gitanos o una aldea campesina, donde los niños interactúan libremente con otros niños vecinos. Pero en la sociedad moderna, donde la familia nuclear tiende a transformarse en una especie de reducto cerrado, donde la desconfianza –cuando no la hostilidad- hacia el vecino es la norma, donde tendemos a vivir cada vez más llenos de miedo, paranoia y soledad, la educación en casa me parece la mejor receta para tener, en la próxima generación, un ejército de Norman Bates.
Cabe preguntarse, dicho sea de paso, si estamos hablando realmente de libertad o si estamos hablando de propiedad. El padre de Beethoven sabía lo que era lo mejor para su hijo y el propio Beethoven sabía lo que era mejor para su sobrino. Lo mismo que el padre de John Stuart Mill. Y así les fue.
No seré yo quien niegue las críticas que pueden hacerse a la escuela. El bullying es un problema que alcanza proporciones aterradoras en países como Estados Unidos o Japón. Pero si la escuela está enferma es, en buena cuenta, por que la sociedad y la cultura están enfermas y, si ellas lo están, lo estará también la familia. Toda burbuja de cristal termina reproduciendo el ambiente exterior.
Como dijo una vez Jean Nicolas Arthur Rimbaud “hay que cambiar la vida”. Hay que lograr un mundo donde los niños de cualquier barrio o aldea puedan jugar en la calle y conocer gente, donde los padres los contemplen felices, sin intentar vivir a través de ellos ni lamentándose por aquello que perdieron al tenerlos, donde tengan oportunidades y vía libre para satisfacer su curiosidad, en lugar de que se mate esa curiosidad con un fárrago de conocimientos inútiles e inconexos. Un mundo con menos padres neuróticos, madres castradoras, profesores crueles, pervertidos al acecho, compañeros abusones y niños histéricos y desgraciados. Y dudo mucho que la iniciativa de la educación en casa sea la mejor vía para llegar a ese mundo. Por último, ya que al inicio de este artículo me permití citar la letra de una canción, quiero terminarlo citando un poema, muy conocido y que viene como anillo al dedo para el tema que nos ocupa.
Vuestros hijos no son vuestros hijos.
Son los hijos y las hijas de la vida, deseosa de sí misma.
Vienen a través de vosotros, pero no de vosotros
y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.
Podéis darle vuestro amor, pero no vuestros pensamientos
por que ellos tienen sus propios pensamientos.
Podéis albergar sus cuerpos pero no podéis albergar sus almas
por que sus almas habitan la casa del mañana, que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños.
Podéis intentar ser como ellos pero no intentéis hacerlos como vosotros
por que la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer.
Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos son disparados, como flechas vivientes, hacia lo lejos.
El arquero divisa el blanco en el camino del infinito y os doblega con su poder para que las flechas partan raudas y lejos.
Dejad, alegremente, que su mano os arquee
por que, del mismo modo que ama las flechas que vuelan,
así, también, ama el arco, que es estable.
Khalil Gibrán
El profeta